¿Has Creído En Uno De Estos Falsos Evangelios?
Respuesta
La eternidad —vida con Dios o condenación en el infierno— depende de si has creído el verdadero evangelio, no una imitación. Pablo advirtió que predicar otro evangelio trae la maldición de Dios (Gálatas 1:8), y Jesús mismo dijo que muchos creerán ser salvos solo para descubrir que jamás lo fueron (Mateo 7:21-23). Esto ocurre porque muchos han sido engañados por falsas ideas: pensar que ir a la iglesia, repetir una oración, hacer milagros, dar dinero, buscar sanidad, autoayuda, felicidad, éxito, o hacer el bien es lo que salva. Pero nada de eso es el evangelio. El verdadero evangelio no se basa en tus obras ni en tus deseos, sino en lo que Cristo ya hizo: que murió por tus pecados, fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras (1 Corintios 15:1-4). Solo quienes se arrepienten y creen de verdad en este mensaje —y en consecuencia viven conforme al Espíritu (Gálatas 5)— pueden tener la certeza de su salvación. Examínate (2 Corintios 13:5), no pongas tu fe en una emoción, tradición o experiencia. Cree en el Cristo bíblico, no en un evangelio falso, y recibirás vida eterna.
Explicación
La vida eterna o la muerte eterna en el infierno está en la balanza aquí. Pablo escribió en Gálatas 1:8:
“Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, les anunciara otro evangelio contrario al que les hemos anunciado, que le caiga la maldición de Dios.”
¿El resultado de tener o compartir un evangelio diferente? La maldición de Dios sobre esa persona, es decir, el infierno (Mateo 25:41; Romanos 9:3). Si malinterpretas el evangelio, todo saldrá mal: no serás salvo y pasarás la eternidad en el infierno (Marcos 9:42-48), aunque hayas creído que has recibido el perdón de Dios (Mateo 7:21-23).
En Mateo 7:21-23 Jesús nos muestra una realidad aterradora a la que algunos se enfrentarán:
“21 »No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos. 22 Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros?”. 23 Entonces les declararé: “Jamás los conocí; apártense de Mí, los que practican la iniquidad”.
La realidad es que muchos que dicen ser cristianos en realidad no lo son. Aun así, permanecen convencidos de que están en buenos términos con Dios.
Algunos creen que al recitar una oración o responder a un «llamado al altar» ya son cristianos. Otros confían en sus tradiciones religiosas, como haber sido bautizados de infantes, o en sus buenas obras, pensando que eso les asegura un lugar en el cielo. Incluso hay quienes creen que con solo asistir a la iglesia es suficiente para garantizar su salvación.
El problema no es simplemente la ignorancia; muchas veces es algo más profundo como la hipocresía no percibida o la ceguera espiritual que impide reconocer la verdad.
Muchas personas viven sin experimentar los frutos reales de la salvación: el deseo de santidad, la lucha contra el pecado, el anhelo por comprender la Palabra de Dios (Gálatas 5:16-22). Y sin embargo, actúan como si fueran salvos, sin nunca examinarse a sí mismos para ver si realmente están en la fe (2 Corintios 13:5).
Quiero evitar esto contigo—quiero que seas salvo.
¿Cómo puedes evitar estar en esta lista de falsos conversos entonces? Conociendo lo que crees y por qué lo crees.
Lo Que No Es El Evangelio
a. No se trata de ir a la iglesia.
La Biblia nos enseña la importancia de congregarnos en la iglesia para adorar a Dios junto a otros creyentes y recibir enseñanza de Su Palabra para nuestro crecimiento espiritual (Efesios 4:11-13).
Sin embargo, es crucial entender que la asistencia a la iglesia no es lo que nos salva ni restaura nuestra relación con Dios. Muchos asisten a la iglesia sin ser salvos, buscando solo satisfacer su conciencia y encontrar un sentido de bienestar en sus vidas, hasta que eventualmente salen de nuestra comunidad para satisfacer su pecado (1 Juan 2:19).
Incluso he conocido personalmente a personas que han estado yendo a la iglesia durante más de 50 años, y sus vidas están llenas de hipocresía moral, amor a sí mismos, y una falta no identificada de abnegación por amor a Cristo. Pero debido a que han estado yendo a la iglesia durante tanto tiempo, ya están endurecidos en su creencia de que están en buena relación con Dios. Y debido a ese endurecimiento, no importa cuanto trates de explicarles que dan fruto de incrédulo, negarán tus palabras en soberbia, y tristemente, podrían permanecer en incredulidad hasta el día del juicio.
Igual que les pasó a los judíos, ellos creían que estaban en buena posición con Dios porque eran descendientes de Abraham (Juan 8:39-40), pero fueron declarados por el mismo Jesús hijos del diablo (Juan 8:44). La verdadera salvación viene a través de la fe en Cristo como aquel que pudo satisfacer la demanda de la ley de Dios (Romanos 6:23; Hechos 16:31).
b. No se trata de una oración
Existe lo que se conoce como la «oración del pecador», la cual se enseña a menudo a aquellos que desean tomar una decisión espiritual. Esta oración suele estar dirigida por el hombre que predica en el púlpito o por la persona que da un mensaje al oyente. Es una oración que se hace para ayudar al oyente a tomar una decisión.
Sin embargo, es importante entender que la «oración del pecador» no es una fórmula mágica que garantice la salvación. Muchos han creído o tienen la impresión de que porque oraron ahora están sellados con el Espíritu de Dios. Esto, por supuesto, no es lo que las Escrituras declaran como el medio para la salvación (Efesios 1:13).
Una oración no es el problema, pero la idea de que es lo que me lleva a la salvación o que porque se hizo uno ahora es salvo, es el problema. No obstante, la verdadera salvación proviene de la fe en Cristo y cómo pudo satisfacer la ira de Dios a causa de nuestro pecado.
c. No se trata de milagros
Dios es un Dios de maravillas (Salmo 136:3-4). Como Creador y Sustentador de todo lo que existe, Dios tiene el poder de suspender las leyes naturales para cumplir Sus propósitos. Los milagros en los relatos bíblicos sirvieron principalmente para confirmar que su mensaje procedía de Dios (Hebreos 2:3-4). Hoy en día, muchas personas todavía buscan experimentar lo milagroso por razones equivocadas.
Algunas personas buscan señales y prodigios porque son curiosos buscadores intentando satisfacer la adrenalina que surge de eventos paranormales, o inciertos. Como las multitudes en Juan 6:2 y el rey Herodes en Lucas 23:8, quieren ver algo sensacional, pero no tienen un deseo real de conocer la verdad de Cristo. Sin embargo, aquellos que están interesados en Dios por señales y maravillas no heredarán el reino de Dios.
El Evangelio de Cristo no trata de complacer nuestras necesidades ni deseos con milagros y maravillas, sino de un único milagro: el milagro de recibir la gracia de Dios, para ser salvo del infierno a pesar de merecerlo.
d. No se trata del “apoyo financiero” de Dios
En Mateo 6:33 leemos:
33 Pero busquen primero Su reino y Su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.
Este versículo se encuentra dentro de un contexto más amplio, dirigido a una audiencia que ha decidido seguir a Jesús. En este discurso —pronunciado en el monte— Jesús afirma que, debido a que Dios asume la responsabilidad de suplir las necesidades de los verdaderos creyentes, nosotros, como verdaderos creyentes, podemos enfocar nuestra atención en las necesidades espirituales del Reino.
En otras palabras, Jesús dijo “no temas” tres veces en este mensaje. En su contexto, Él estaba llamando a sus seguidores a preocuparse por lo espiritual, no por lo terrenal (Lucas 12:13-23). ¿Por qué? Porque Dios promete proveer las necesidades básicas de la vida únicamente a quienes son verdaderamente Sus hijos.
Esta promesa, por supuesto, no aplica a los incrédulos, y eso incluye tanto a los que siguen a Jesús solo por los milagros como a aquellos que llevan más de 30 años asistiendo a la iglesia buscando soluciones a sus problemas del diario vivir.
De hecho, hay un evento en los evangelios donde Jesús está siendo seguido por una multitud de seguidores, seguidos sólo porque estaban interesados en los milagros y bendiciones que Jesús estaba dando a las multitudes. El versículo al que hago referencia aquí es Juan 6:26:
“26 Jesús les respondió y dijo: En verdad, en verdad os digo: me buscáis, no porque hayáis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado.”
Este versículo aparece después del milagro de la alimentación de los cinco mil. La multitud busca a Jesús al día siguiente, ansiosa por encontrarlo de nuevo. Pero Jesús se da cuenta de sus motivos y les reprende duramente. Les dice que no le siguen porque hayan entendido realmente las señales (signos que demostraban que Él era el Mesías), sino porque sus necesidades físicas estaban satisfechas: estaban saciados. En otras palabras, perseguían la bendición, no a Cristo. Estaban más interesados en la comida gratis que en la verdad eterna.
¿Es usted consciente de lo común que es esto hoy en día? Imagina la cantidad de personas a la que se le dijo que viniera a Jesús por «Ansiedad» o «pobreza» o «tristeza» cuando en realidad, los profetas, los apóstoles y el mismo Jesús todos declararon «Arrepiéntete y ve a Cristo para el perdón de tus pecados antes de que sea demasiado tarde.» Es fácil identificar este falso evangelio, simplemente pregúntese si la bendición final del mensaje que se predica es para esta vida o para la vida venidera.
Este falso evangelio de la prosperidad y las bendiciones quiere que seas rico monetariamente–Cristo quiere que seas espiritualmente rico. Este falso evangelio quiere que mejores tu vida–Jesús quiere que niegues tu vida. Este falso evangelio quiere que declares con tu boca milagros–Jesús quiere que declares con tu boca gratitud porque Él te ha mostrado misericordia, y te ha ofrecido un escape del infierno. Quienes van tras Jesus por lo que pueden obtener en esta vida, ciertamente la perderán (Mateo 16:25).
e. No se trata de mejorar la salud
Nunca es fácil afrontar la enfermedad y el sufrimiento. Dios puede curar a los enfermos, como lo hizo cuando caminó sobre la tierra. Por supuesto, el propósito de ir a Cristo no es que te cure algo. ¿Qué pasará cuando te enfermes de nuevo, o cuando un ser querido muera, o cuando recibas un diagnóstico terminal? Negarás a Cristo. ¿Por qué? Porque nunca lo seguiste por las razones correctas, y eso te llevó a una conversión falsa; una de ganancia propia.
Ir a Cristo porque escuchas todo el tiempo que Cristo te sanará es, en realidad, una creencia triste y muy costosa que se ha infiltrado en la iglesia de hoy. Muchas personas siguen a Cristo porque se les promete sanidad y otras cosas buenas, pero cuando se dan cuenta de que pueden perder relaciones, sueños, cosas materiales, o incluso sus vidas por causa de Cristo, deciden no rendirse a Cristo y escogen rechazarlo (Lucas 8:14).
f. No se trata de un evangelio de autoayuda
La Biblia nos enseña que cuando creemos en Cristo somos sellados con el Espíritu Santo, también conocido como nuestro ayudante. Somos contados por Dios como personas perfectas gracias a Cristo, y somos justificados por nuestra fe en Jesús (Romanos 3:22). Pero también somos movidos por el Espíritu de Dios para hacer buenas obras y crecer en madurez espiritual y comportamiento (Efesios 2:10). En este sentido, vamos mejorando como personas.
El problema con este punto radica cuando se tiene la impresión de que la Biblia es un libro de auto-mejora que tiene como meta final crear una vida de prosperidad y éxito, y que por eso hay que seguirla. De nada sirve seguir los versículos de la Biblia que incluyen sabiduría, para luego perder el regalo final. En otras palabras, ¿por qué vivir un poco mejor ahora para morir en el infierno luego? La autoayuda no está del todo mal, pero las intenciones, los motivos, los objetivos y el uso pueden significar que estás viendo el evangelio de forma equivocada. Verlo como una herramienta para convertirte en un mejor tú, cuando Cristo quiere que testifiques sobre quién es Él, no sobre quién eres tú. La autoayuda te llama a mejorar–Cristo te llama a negarte.
g. No se trata de la felicidad
El evangelio no es un mensaje de felicidad. No trata de encontrar satisfacción emocional aquí y ahora en esta vida. De hecho, Jesús nunca prometió comodidad en esta vida, sino que advirtió:
“En el mundo tienen tribulación; pero confíen, Yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Aquellos que asisten a la iglesia habiendo depositado su fe en la idea de que Jesús murió en la cruz para darles una vida próspera y alegre, no son de Dios y perecerán sin el verdadero conocimiento del poder de Dios revelado en el Evangelio (Romanos 1:16). El verdadero gozo del evangelio no depende de nuestras circunstancias presentes, sino de una esperanza futura: la promesa de que un día estaremos con Cristo gracias a la misericordia que nos fue dada.
“A quien sin haber visto, ustedes aman, y a quien ahora no ven, pero creen en Él, y se regocijan grandemente con gozo inefable y lleno de gloria” (1 Pedro 1:8).
Este gozo no es una felicidad superficial. Es un gozo anclado en lo eterno, no en lo pasajero. Un gozo que está ansioso por ver a Cristo porque Él dio Su vida por ellos, y ahora podrán estar en Su presencia, libres de la condenación del infierno. Como dijo Pablo:
“Si hemos esperado en Cristo solo en esta vida, somos los más dignos de lástima de todos los hombres” (1 Corintios 15:19).
En otras palabras, si Cristo no resucitó, pues no regresará por su iglesia ya que permaneció muerto. Si Él no va a volver, y si no vamos a ver la vida después de la muerte, entonces «somos los más dignos de lástima de todos los hombres» (v. 19) por creer tal vana creencia que no lleva a ningún lado. Las personas que creen en el evangelio habrían estado perdiendo su tiempo y todavía no habrían alcanzado el perdón de Dios por sus pecado y estarían destinados a pasar la eternidad en el infierno.
Por supuesto, no es así. La promesa es mucho mayor:
“…después de que hayan sufrido un poco de tiempo, el Dios de toda gracia, que los llamó a Su gloria eterna en Cristo, Él mismo los perfeccionará, afirmará, fortalecerá y establecerá” (1 Pedro 5:10).
Nuestra esperanza está en ver a Cristo. Y en ese día —no antes— seremos verdaderamente felices:
“En Tu presencia hay plenitud de gozo; en Tu diestra, deleites para siempre” (Salmo 16:11).
Apocalipsis 21-22 lo describe como mucho más allá de las glorias de cualquier lugar en la tierra. Tiene puertas de perlas y calles de oro. Pablo, que fue arrebatado al cielo, lo llama «paraíso» (2 Corintios 12:2-3). Incluso cuando la muerte parece probable (Salmo 16:8-10), los que han puesto su fe en Cristo pueden mirar hacia adelante con esperanza y alegría.
h. No se trata de cumplir metas
Probablemente la forma más popular de religiosidad se encuentra aquí; en las personas que utilizan el nombre de Dios para tener éxito en la vida. ¿Has oído decir «con el favor de Dios…» esto y aquello? Bueno, esto no es salvación. Más bien, puede ser evidencia de la famosa religiosidad que vemos en Puerto Rico y otras tierras hispanas usando el nombre de Dios como si fuera un boleto al éxito.
La gente ha venido a Cristo para «triunfar» en la vida, pero Cristo no te servirá de nada porque: cuando buscas riquezas, Cristo busca un corazón arrepentido. Cuando buscas admiración, Cristo busca humildad. Cuando buscas poder, Cristo busca mansedumbre. Cuando buscas mentiras blancas para beneficio propio, Cristo busca la verdad a pesar de las consecuencias. Cuando buscas el éxito en los negocios, Cristo busca la proclamación del evangelio para el éxito del reino de los cielos. No importa cómo intentes utilizar a Cristo para tus objetivos terrenales (Lucas 14:33), Cristo siempre tendrá sus prioridades claras, así como lo debe tener todo aquel que decida seguir a Cristo (Colosenses 3:1-3).
¿Puede Cristo favorecer tu vida y prosperar tu camino? Por supuesto que sí. Pero, ¿con quién lo hace y por qué? A los que le temen y dan prioridad a Su reino, para que provean a los necesitados y a los pobres, con el fin de mostrar a otros el poder de Dios (Génesis 39:3), para que así crean en Él y sean salvos del infierno (Mateo 5:16). Cristo no es el mentor o “Gurú” del éxito, sino el mediador entre el hombre y Dios para la salvación del alma (1 Timoteo 1:15).
i. No se trata de obediencia, o de hacer el «bien»
¿Desea Dios que la humanidad haga el bien? Absolutamente. ¿Desea Dios que los cristianos hagan el bien? Absolutamente (1 Pedro 1:15). ¿Desea Dios el bien? Sí; Él mismo es la definición del bien. Pero, ¿Dios salvará a las personas basado en que tan buenas son? No.
Creer que Dios te perdonará porque hiciste más cosas buenas que malas es algo completamente desconocido para el Evangelio de Cristo. Es el «otro evangelio» del que habla el Apóstol Pablo en Gálatas 1:8. Aquellos con un evangelio que incluye, depende, confía, o está en necesidad de obras, es otro evangelio e instantáneamente lleva a la condenación (Gálatas 1:8-9).
Creer que eres salvo porque hiciste más bien que mal (imposible) es como pedirle a un juez que te deje ir a pesar de no pagar la multa simplemente porque alimentaste a los indigentes 2-3 veces más de lo que lo hiciste cometiendo el crimen. Eso convertiría a ese juez en un corrupto. La única manera de ser perdonado es a través del perdón de tus pecados (Efesios 1:7) y la regeneración de tu espíritu muerto (Tito 3:5). Nada que ver con lo bueno que puedas intentar ser. Por otro lado, esto que leerás ahora es lo que realmente es el evangelio de Jesucristo.
Cree el próximo mensaje y puedes estar seguro de que verás la gloria y la presencia de Dios instantáneamente después de que tu cuerpo físico se encuentre con la muerte, porque aunque morirás, vivirás (Juan 11:25-26).
Lo Que Es El Evangelio
En I Corintios 15:1-4, Pablo ofrece uno de los resúmenes más claros y cortos del Evangelio en la Biblia:
“15 Ahora les hago saber, hermanos, el evangelio que les prediqué, el cual también ustedes recibieron, en el cual también están firmes, 2 por el cual también son salvos, si retienen la palabra que les prediqué, a no ser que hayan creído en vano. 3 Porque yo les entregué en primer lugar lo mismo que recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4 que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras…”
Desglosemos esto para ver lo que el evangelio realmente encierra.
1. La muerte de Cristo (v. 3)
El evangelio proclama que Cristo murió en la cruz por los pecadores y pagó completamente la multa que merecían por sus pecados (Romanos 5:8; 2 Corintios 5:21; Gálatas 3:13; Colosenses 2:13-14; 1 Juan 2:2; 1 Pedro 2:24). Murió en la cruz como el sustituto del pecador.
Para calificar como sacrificio aceptable por los pecadores, Cristo debía ser perfecto en lo personal (Hebreos 9:14; 1 Pedro 1:19). La ley exigía perfección (Gálatas 3:10) y sólo un justo perfecto puede cumplir las exigencias de la ley. Éste es Cristo (Gálatas 3:24). Las Escrituras enseñan que Cristo vivió una vida perfectamente obediente y sin pecado en lugar de los pecadores (1 Pedro 2:22; 1 Juan 3:5). Vivió el tipo de vida que los pecadores no viven pero deberían vivir (Mateo 5:48).
2. La sepultura de Cristo (v. 4)
El Evangelio anuncia que, tras la muerte de Jesús, fue bajado de la cruz y depositado en un sepulcro (Hechos 13:29). La sepultura de Jesús certifica la realidad de su muerte y señala la realidad de su resurrección. Así como Jesús murió, también murió la ley a la que Él se sometió. La Escritura dice que “Cristo es el fin de la Ley para justicia a todo aquel que cree” (Romanos 10:4). Ahora bien, todos los que creen en Él están sellados en Él con el Espíritu Santo de la promesa, en base a lo que Él realizó mediante Su muerte y resurrección (Efesios 1:13).
Esto significa que, al igual que un hombre muerto ya no está sujeto a las demandas ni a las penas de la ley, los que están unidos a Cristo tampoco están ya bajo su condenación. Como dice la Palabra:
“También ustedes fueron hechos morir a la Ley por medio del cuerpo de Cristo, para que pertenezcan a otro, a Aquel que resucitó de entre los muertos”. (Romanos 7:4)
Puesto que Jesús murió habiendo cumplido perfectamente la Ley, los que están sellados en Él quedan liberados de sus exigencias y de su juicio..
3. La resurrección de Cristo (v. 4)
El evangelio anuncia que Cristo resucitó de entre los muertos al tercer día, de acuerdo con las Escrituras, y se apareció durante cuarenta días a más de 500 testigos presenciales (1 Corintios 15:4-7; véase también: Mateo 28:1-10; Marcos 16:1-8; Lucas 24:1-12; Juan 20:1-10; Hechos 2:24-32).
La muerte de Cristo, el perdón de los pecados, la fe y la predicación del evangelio son vanos sin Su triunfante resurrección (1 Corintios 15:12-19). Por lo tanto, la resurrección es el hecho central del evangelio. La resurrección (y su posterior ascensión, Hechos 1:9) completa el evangelio. La resurrección vindicó la enseñanza de Jesús, su vida sin pecado y su muerte expiatoria.
En la resurrección, Dios resucitó a Cristo con Su poder de entre los muertos, declarando el reinado y la victoria sobre la muerte (Romanos 10:9). Así como estamos unidos a Cristo en Su muerte, también lo estamos en Su resurrección (Romanos 6:5). Esto significa que, debido a que hemos creído en las obras de Cristo como suficientes para salvarnos del infierno, independientemente de lo que podamos hacer en obediencia, se nos da la bendición de la resurrección después de nuestra muerte, tal como Él lo obtuvo (1 Tesalonicenses 4:14; Juan 11:25–26).
4. Propósito
¿Por qué vino Jesús a la tierra? ¿Por qué murió en la cruz? Vino e hizo todo lo que hizo para llevarnos a una relación con Dios Padre:
“19 es decir, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo con Él mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación.” (2 Corintios 5:19)
Reparar nuestra relación rota con Dios es el objetivo del evangelio de Cristo. La Biblia dice que todos tenemos un problema: el pecado (Romanos 3:23; 1 Juan 1:8). Debido a que nacemos en este mundo deseando hacer el mal, y así mismo llevando a cabo ese mal (Salmo 51:5), estamos separados de Dios, en un camino que conduce a la destrucción eterna, el infierno (Apocalipsis 20:11-15).
Cristo nunca promete en las páginas de las Escrituras salvarnos por ir a la iglesia, hacer una oración, buscar milagros, para obtener apoyo financiero, para mejorar la salud, para darnos un libro de autoayuda, para ofrecernos felicidad terrenal, para cumplir nuestras metas o mediante la obediencia.
Él prometió salvar a los que le temen (Salmo 103:11), a salvar a aquellos que entienden el peso de su pecado y han tomado la decisión, por la fe, de rendirse a Él y vivir para Él (Isaías 66:2; Lucas 9:23; Romanos 10:9-10).